La máquina de escribir era ya vieja, pues el
cuartel la había recibido en donación hacían más de treinta años, después que
su antiguo dueño la usó por más dos lustros. Su teclado parecía encía de
anciano pobre, puesto que había perdido más de la mitad de sus teclas. Cuando
la usaban producía un desagradable “taqui taqui” que se escuchaba a lo lejos,
pero su usuaria ya no se daba cuenta de ninguno de estos defectos porque ya
habían construido una relación de varios años.
Tanto la máquina como la secretaria conocían de
tantos casos que en ocasiones una a la otra parecía mirarse y a través de
códigos indescifrables para los demás, comunicarse mutuamente su descontento
sin remedio. Una y otra vez recordaban cuando tuvieron que llenar montones de
papeles con informaciones falsas en relación a tantos presos que nunca supieron
por qué fueron llevados a aquel lugar horrible.
Aquel día la secretaria y la vieja máquina
producían su “taqui taqui” tratando de escribir
todo lo que ocurría en el pequeño cuartel viejo y descuidado acerca de traer Julián, a quien habían traído esposado
y casi arrastrado por dos agentes flacos, de ropa gastada, zapatos
sucios y labios tan cuarteados que parecían empeñados en anunciar al
mundo sus muchos fatídicos días de hambre.
–Mi “señol”, no “jallamo” a su hombre pero le
“trajimo” “ete” –se escuchó decir a una voz tan flaca como su dueño.
El oficial se levantó de la silla y sin preguntar
nada, tomó los lentes que estaban en la vieja mesa que le servía de escritorio,
se los colocó en la cara lánguida y cansada. Después de enfocar correctamente
al preso mudó dos pasos y cuando estaba tan cerca de él que lo escuchaba
respirar como mulo cansado le propinó una bofetada cuyo ruido ensordecedor se
escuchó en todo por todo el entorno, dando la impresión de que competía con el
sonido que producía la máquina.
La máquina dejó de sonar, pareció como si su
usuaria no consideró necesario dejar constancia de la marca que estampó el
oficial en la mejilla derecha del preso, quien pensaba calladamente en qué
haría si no estuviese atado.
Después del breve silencio la secretaria quiso
volver a escribir. El preso también intentó preguntar la razón de su arresto,
pero el oficial volvió a darle un tremendo pescozón, solo que esta vez se
escuchó mucho más fuerte que el ruido de la máquina. De nuevo la joven del
sillón dejó de escribir. Ahora porque el viejo aparato se trabó y no daba ni
para adelante ni para atrás. Quizás se trataba de otro de los códigos que
empleaban ella y su usuaria.
Ese día Julián levantó temprano. Él anhelaba
quedarse acostado un poco más porque era sábado, pero cuando los primeros rayos
del sol comenzaron a besar las hojas de zinc de que estaba hecha su deteriorada
vivienda, el calor se hizo insoportable y ya la cama se humedecía. Además, debía
conseguir algo de dinero para dar de comer a su esposa y los cinco hijos de
ambos.
Tan pronto sus pies se pusieron en contacto con el
piso de tierra viva que le servía de alfombra frente a su catre reciclado, se enjuagó
la boca de prisa, se humedeció la mano y la pasó por su cara, se vistió y como a eso de las diez se dispuso salir. La
esposa le dijo que esperara un rato para que comiera al menos un trozo de la
yuca que sancochaban para el desayuno, pero él destapó el cardero y vio que
aquel tubérculo lánguido que saltaba en una olla negra y abollada no alcanzaba
ni siquiera para que su muchacha más pequeña desayunara con dignidad, se tomó
un vaso de agua de la que quedaba en un galón sucio y con letras semiborradas
que había en la mesa coja del cuarto de cocina y se marchó.
Él tenía como cuarenta años y ya las piernas le
roncaban cuando caminaba. Le habían comenzado a nacer cana, sus uñas estaban
descuidadas y casi no sonreía. De lejos se podía ver que se trataba de un hombre
que tan sólo trabajaba y nunca tenía
tiempo para el descanso que ya su cuerpo le reclamaba. Sus ojos siempre
parecían estar mirando hacia lo infinito e indefinido, su nariz estaba llena de
cicatrices a causa de habérsela estrujado tanto por la rinitis que le causaba
el polvo de cemento con que había trabajado desde su temprana adolescencia.
Caminó como una hora bajo el sol que ya comenzaba a
picarle y a irritarle los ojos. Llegó a la casa de José, un maestro constructor
que le debía dinero de un trabajo que hicieron juntos. Al llegar al hogar del
albañil no lo encontró, la esposa le informó que estaba de viaje y no pudo
dejar el dinero. Allí la sirvienta estaba preparando un locrio cuyo olor llegó
a las narices de Julián y él quiso que se le invite a comer y hasta manoseó su
vientre en varias ocasiones, pero cuando recordó a sus hijos y esposa ya casi
hambrientos, un nudo se instaló en su estómago y se marchó con tristeza y de
prisa. Mientras se alejaba el olor de la comida se iba disipando y se mudaba a
su mente la imagen de una de las partes de aquel pollo que hacía musarañas
enterrado en el humeante arroz color naranja. El pecho se le comenzó a cerrar y
vivió el dolor que experimenta un niño que ha perdido su juguete más precioso.
Ya eran casi las doce y Julián nada había comido.
El vaso de agua que tomó en casa se había escapado por sus poros contaminados. Cuando
sus piernas le empezaban a temblar y la cabeza lo hacía creer que el mundo
giraba de prisa, se recostó de una verja cubierta por una sombra que
proporcionaba un árbol de mango. Sintió náuseas pero no pudo vomitar porque
nada tenía en el estómago. Recordó otra vez su casa, sus hijos, su esposa.
Pensó en que era casi la hora del
almuerzo y no había nada para su familia comer. Le sonaron los gases que
llevaba en el estómago, le corrió la sangre de prisa. Intentó volver a caminar
y otra vez la cabeza le dio vueltas. Entonces una espuma amarga y
molesta le subió a la boca, la escupió y miró hacia arriba como quien eleva una
plegaria a la deidad.
Fue entonces cuando se percató de que el árbol
conservaba aún una fruta de las que parió y maduró no hacía mucho. El
hambriento caminante pensó en sus principios una y otra vez. Intentó ignorar la
voz infernal que le invitaba a ceder ante aquella dulce tentación, pero cuando
la cabeza le bailó de nuevo no soportó más aquel mal estar.
Se despojó de un zapato de suela gastada y lo lanzó
tímidamente hacia arriba. El calzado y la fruta cayeron del otro lado de la
verja. Julián miró hacia todas partes y como no vio a nadie caminando por la
desolada calle trepó y fue a caer junto al mango. Lo tomó, limpió el polvo que
tenía y en un santiamén lo devoró, dejando la semilla blanca e insípida.
Cuando terminó de comer el mango se colocó el
zapato y volvió a trepar para salir de aquella propiedad ajena, pero esta vez
calló en la cama de una camioneta blanca con unas luces rojas y azules que
constantemente giraban. Era la patrulla que perseguía al responsable de la
muerte de un oficial que calló en un operativo policial.
Allí mismo tomaron a Julián y lo esposaron. Él no
entendía nada y pedía explicación pero nadie se la daba. Dijeron que lo
llevarían a él porque ya tenían mucha hambre para seguir buscando.
La esposa y los hijos del recién preso se paraban
en la puerta y miraban la calle pero no veían llegar al padre de familia. Ya
los niños lloraban y la esposa casi se desmayaba del hambre. El sol seguía
ardiendo, el hambre de la familia continuaba arreciando y al preso lo conducían
a una celda de las de atrás.
La máquina volvió sonar, esta vez preparaban una nota de prensa para una hermosa
joven de la prensa oficial que se apresuraba a alistar una noticia periodística
titulada: “Apresan hombre mató agente policial en operativo”.
Ya Julián no podía escuchar el “taqui taqui” porque
le habían propinado tantas bofetadas que tenía afectado el oído. Cerraba sus
ojos, pensaba en su casa e imaginaba el rostro de su esposa cuando se enterase
de lo que estaba pasando.
El día seguía corriendo, la tarde llegaba, el
pueblo seguía su curso, el oficial se levantaba de su vieja silla y
con orgullo respondía preguntas sobre la buena captura que realizaron sus
hombres. La máquina seguía sonando, la secretaria y ella seguían hablando y la
familia de Julián seguía esperando…
Fin
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
TODO EL QUE QUIERA PUEDE COMENTAR, SOLAMENTE QUE SE DEBEN EVITAR LAS PALABRAS FUERA DE TONO Y LAS OFENSAS RELATIVAS A PREFERENCIAS SEXUALES, DIVERSIDAD DE OPINIÓN, RASA O RELIGIÓN.